jueves, 19 de octubre de 2017

ANIDA Y EL CIRCO FLOTANTE: LUCHANDO CONTRA LA CORRIENTE

Anida y el circo flotante. Directora: Liliana Romero. Voces: Nicolás Scarpino (Fígaro), Gabriela Bevacqua (Anida), Alejandro Paker (Justine), Adrián Navarro, Fabio Aste, Diana Lelez, Tatiana Temerlin, Belén Piegari y Segio Paglieri. Guión: Liliana Romero y Martín Méndez. Diseño de personajes: Mauricio Fernández y Liliana Romero. Imageneers / Didafilm / Cinemadigital / Toma Virtual. Argentina, 2016. Estreno en la Argentina: 19 de octubre de 2017. 

Despixarizar el cine de animación argentino está muy bueno. Si se toma esta decisión para retomar la tradición de Quirino Cristiani (literalmente, hacer dibujos animados moviendo figuras de papel cortado), mucho mejor. Y si se le suman influencias pictóricas bernianas relacionadas con el mundo circense y la estética carnavalesca, yo (al menos) aplaudo de pie. Eso no quiere decir que Anida y el circo flotante sea una aceitada maquinita narrativa, pero sí que presenta interesantes consignas sobre la identidad y la memoria, bien resueltas bajo el formato melodramático del despertar del amor. 



Lenta por momentos y previsible por otros, la linealidad argumental queda notoriamente relegada ante la búsqueda (y concreción) de un universo visual fantástico, lleno de color, sugerente en sus formas y cargado de simbologías poéticas. Su impronta onírica parece apuntar hacia anacrónicos imaginarios anclados en riberas y puertos, particularmente aquellos conventillos costeros de La Boca vistos con la mirada fantasmagórica de la plástica social obrera. La relación de los cuerpos con el agua habla del ciclo de la vida, por supuesto, pero también linkea al accionar de la última dictadura, abriendo una puerta que el filme no termina de cruzar. 


El circo es una presencia constante, algo obvio en una película que se llama Anida y el circo flotante. Aquí es una especie de circo criollo gigante, una isla que brota de las entrañas de las aguas para ofrecer una única función a las poblaciones cercanas. Un circo al que le sobra belleza pero le falta sorpresa, el vértigo de una pista sin red donde la vida misma se juega en cada cabriola, en cada carta, en cada pase de manos. 


Sobre este mundo triste, decadente, agobiante, manda con mano de hierro una anfitriona despótica y cruel, Justine, carente de empatía con el prójimo. Lo opuesto de Anida, la chica que adivina el futuro porque desconoce su pasado. Hasta que el afuera (en forma de Fígaro, náufrago sensible) llegue hasta la isla flotante para romper, justamente, la aislación de la joven protagonista y la troupe de artistas prisioneros. Antes de que el circo vuelva a las profundidades físicas y metafísicas que le son propias. 


Si al final los personajes no quedan a la deriva es porque luchan denodadamente contra la corriente. A brazo partido. Y aunque salgan bastante golpeados, terminan ganando. 
Fernando Ariel García

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