viernes, 22 de septiembre de 2017

VARIETÉ: LA VIDA (NO) ES UN CARNAVAL

Varieté. Director: Ewald André Dupont. Protagonistas: Emil Jannings, Maly Delschaft, Lya de Putti, Warwick Ward, Georg John, Kurt Gerron, Charles Lincoln, Alice Hechy, Paul Reckhopf y Trude Hesterberg, entre otros. Guionista: Ewald André Dupont, basado en la novela Der Eid des Stephan Huller, de Felix Hollaender. UFA. Alemania, 1925 (versión reconstruida y remasterizada en 2015). Acompañamiento musical en vivo: Barbara Togander. Sin estreno comercial en la Argentina, exhibida como uno de los principales títulos del 17º Festival de Cine Alemán. 

Hace poquito me tocó ir a conocer las nuevas salas cinematográficas en 4D. O sea, una proyección 3D con las butacas que se mueven, ventiladores que tiran aire, aspersores de agua y perfume que te salpican la cara e invaden tu nariz. Todo ello, milimétricamente coordinado con lo que está pasando dentro de la pantalla. Una nueva forma de ver cine, según los cráneos marketineros, donde lo que importa es la “experiencia”. 


Obviamente, “experiencia” es otra cosa. Una gran película, por ejemplo, es una “experiencia”. Un original acompañamiento musical, por ejemplo, es una “experiencia”. Las dos cosas juntas: la proyección de Varieté, clásico de clásicos del expresionismo alemán, musicalizado en vivo por Barbara Togander, compositora, improvisadora y artista vocal nacida en Suecia y criada en la Argentina. Usando una laptop, una bandeja de vinilos, un sintetizador y su propia voz, Togander (nuestra Laurie Anderson, según un amigo que sabe -de verdad- de qué habla cuando habla de música electrónica) cerró el 17º Festival de Cine Alemán, sumándole capas de sentidos y nuevas relecturas a la obra maestra de Ewald André Dupont, estrenada en 1925 y minuciosamente recuperada, reconstruida y remasterizada en 2015. 


La sumatoria de estímulos no siempre se acopló de manera armoniosa, es cierto, pero el balance final fue sumamente positivo. La mezcla de estilos, géneros y ritmos musicales propuesta por Togander sabía cuándo y cómo polemizar con el material original, cuándo y cómo dialogar con él, cuándo y cómo chocarlo de frente; y cuándo y cómo ir al pie de ese básico melodrama ambientado en el mundo circense (desde las degradadas varietés portuarias hasta los monumentales espectáculos itinerantes), potenciando la naturaleza subjetiva de la mirada trágica que el expresionismo alemán posó sobre la condición humana. 


La historia de Varieté es la historia de dos triángulos profesionales que, en distintos momentos, devienen triángulos amorosos cruzados por el abandono, los celos, la infidelidad, el engaño y la traición. Luz brillante e intensa oscuridad, materiales que favorecen la sobreactuación exuberante y le permiten a este filme mudo el poder prescindir del texto a la hora de surfear las honduras explícitas de la filosofía existencial. Un fuerte precepto moral donde el deseo provoca el fin de la sagrada familia y el lento descenso hacia los infiernos de un hombre cautivado, seducido y dominado por la ardiente sexualidad de una mujer exótica, liberal e insinuante. Y, por eso mismo, muy peligrosa. 


De manera simple pero no simplista, la película trabaja con personajes complejos y multidimensionales, castigados y tentados por las vueltas de la vida, netamente contradictorios y profundamente reales. Parejas desparejas donde los jóvenes vampirizan la experiencia de los adultos y los adultos vampirizan la potencia de los jóvenes. Tríos explosivos que metaforizan la República de Weimar en todo su desasosiego. Hijos expulsados por la depresión post-bélica que buscaba conjugar, de forma bastante hipócrita, la digna marginalidad de una Hamburgo empobrecida y (casi) prostibularia, con la decadente abundancia de una Berlín prostituida en su riqueza y presa de la felicidad impostada a fuerza de excesos. El necesario caldo de cocción para un desenlace trágico y reparador, corolario aleccionador de una película con altísimo contenido erótico para la época y el lugar en que fue hecha, exhibida y mutilada por los censores.


Gran parte de los perennes logros de Varieté se deben al uso de la cámara subjetiva creada por Karl Freund, verdadero motor narrativo de una densidad dramática y, por momentos, alucinógena, que se ve potenciada por un montaje rico, sofisticado e inquieto, puesto siempre al servicio de la revelación psicológica, del detalle que completa el delicado rompecabezas emocional que la propia película va componiendo pieza por pieza. Metódica y elocuentemente, hasta que todo funde a negro. 
Ya no se hacen películas como ésta. Por suerte, podemos seguir viéndolas. Esa es la única “experiencia” que vale la pena. 
Fernando Ariel García

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