jueves, 7 de julio de 2016

EL BUEN AMIGO GIGANTE: OJOS DE NIÑO CANSADO

El buen amigo gigante. Director: Steven Spielberg. Protagonistas: Mark Rylance, Ruby Barnhill, Penelope Wilton, Rebecca Hall y Jemaine Clement, entre otros. Guionista: Melissa Mathison, basada en el libro The BFG de Roald Dahl. Walt Disney Pictures / Amblin Entertainment / Walden Media / Reliance Entertainment / The Kennedy - Marshall Company. EE.UU., 2016. Estreno en la Argentina: 14 de julio de 2016. 

No voy a ponerme a discutir aquí el talento de Spielberg. Es (creo) uno de los pocos directores que sabe cómo se debe contar una historia. Lo suyo es de una pulcritud narrativa apabullante, siempre efectiva y siempre efectista a la hora de manipular los sentimientos del espectador para captar y mantener su interés. Su predilección por los géneros lo ha convertido en un maestro en el manejo de las convenciones, con una académica habilidad para ceñirse o desligarse del canon esperado y esperable. Tiene una poesía sentimentaloide que le permite acercarse a los temas más transitados con probada frescura, tal vez porque siempre se anima a mirar al mundo (y al cine) con ojos de niño, que todavía tienen todo por descubrir. 


Hay veces en que estas cualidades confluyen armoniosa y naturalmente. Y hay veces que no. El buen amigo gigante (The BFG, por The Big Friend Giant) es una de esas raras ocasiones en que los dos resultados llegan juntos, pero sin mezclarse. Tal vez porque la irrupción del condimento imperial, presente en el libro de Roald Dahl en que se basa la película, rompe la lógica interna del relato, quebrando la credibilidad que la historia supo construir durante la primera mitad larga de la aventura. Una sensación rara, la verdad, porque el ruido que genera la larga secuencia cómica y el desenlace que le sigue, achata a golpes de realidad el entrañable mundo fantástico cuyos velos se fueron descorriendo a fuerza de belleza, imaginación, sueños y una elegancia tan sutil como potente.


El buen amigo gigante pone en escena la forja de una amistad inquebrantable entre distintos que no lo son tanto, porque las diferencias provienen (y se quedan) en los aspectos externos. La niña huérfana y la criatura fantástica conocen la carencia afectiva, por eso están tan bien entrenados para distinguir lo importante en medio del bombardeo de urgencias. Han aprendido a llevarse bien con sus respectivas soledades; y de ese tránsito lograron salir fortalecidos en los planos emocionales y prácticos. Sufren de cierta nostalgia por lo que nunca han tenido, y eso les permitió encontrar las herramientas necesarias para abrir las puertas de sus expectativas ante una forma generosa e incompleta de la felicidad. Todo bien, todo bonito, hasta que llega el momento de enfrentar el conflicto dramático que le pone tensión al cuento; y que el cuento resuelve con el condimento imperial (para mí) equivocado. 


No sé qué lectura habrán hecho del libro original de Dahl cuando apareció en 1982. Pero hoy en día, el conflicto dramático que le pone tensión a El buen amigo gigante tiene un nombre concreto y flagelante para una creciente cantidad de chicos alrededor del mundo: Bullying. Desde esa perspectiva, el filme articula las acciones de todos los protagonistas involucrados, incluido el Estado, en la búsqueda de soluciones definitivas y duraderas (aunque menos drásticas que las que permite metaforizar la ficción, por supuesto) para erradicar tanta violencia, tanto miedo y tanta mortal indiferencia. 
Fernando Ariel García

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