miércoles, 11 de junio de 2014

EL HOMBRE DUPLICADO: DOBLE O NADA

El hombre duplicado. Director: Denis Villeneuve. Protagonistas: Jake Gyllenhaal, Mélanie Laurent, Sarah Gadon e Isabella Rossellini, entre otros. Guionista: Javier Guillón, en base a la novela homónima de José Saramago. Mecanismo Film / micro_scope. Canadá / España, 2014.

Dejemos de lado, aunque sea por un momento, la idea de crisis de la mediana edad como decantación de diversos cuestionamientos íntimos germinados en el humus de la insatisfacción con lo hecho hasta el momento, con la aparición de los primeros achaques que nos hablan del estertor de la juventud, con el miedo a enfrentar el nido vacío y tener que aceptar el desgaste sufrido en nuestras relaciones íntimas. O con la ansiedad desatada por la transición hacia una nueva vida, un nuevo amor, otras oportunidades.


Supongamos, porque ahí está (o creo que está) el nudo gordiano de El hombre duplicado (Enemy, 2014), que en estos tiempos modernos la crisis de la mediana edad ya no tiene que ver con el inicio del segundo (y último) tramo de nuestras vidas, sino con la supresión de las particularidades, la cosificación de nuestra individualidad, la alienación provocada por una sociedad de consumo que llena nuestros vacíos con simulacros de actividades, con fachadas de pensamientos.


En esta crisis existencial, centrada en el dilema de la identidad, se encuentra ¿el o los? protagonistas de este filme del canadiense Denis Villeneuve, muy libremente basado en el libro de José Saramago, que actualiza el clásico tema del doppelgänger en tanto premisa del doble y del gemelo malvado. Adam Bell (Jack Gyllenhaal), es un difuso profesor de Historia condenado por la rutina, abatido por el aburrimiento de su cotidianeidad. Atrapado en una especie de loop desahuciado y continuo, vive con lentitud un desgano que no es desgano, sino ausencia de futuro, carencia de ambición. Hasta que, por razones ¿fortuitas? se enterará de la existencia de un doble físicamente idéntico (y moralmente opuesto) a él, el actor Anthony St. Claire; con su masculinidad puesta en jaque por el miedo que le genera su próxima paternidad.


Thriller psicológico sobre la unicidad del ser, sobre la progresiva pérdida de esa unicidad que es la progresiva pérdida de nuestra humanidad, la película se hace fuerte en el retrato de esa opacidad subconsciente, exteriorizada en grandes planos de una Toronto fantasmagórica, misteriosamente bella, abominablemente gris, emplazada entre la realidad y la imaginación, entre el sueño y la vigilia. Con premeditación y alevosía, Villeneuve nunca termina de afirmar si se trata de dos personas o de dos facetas de una misma persona envueltas en un paranoico juego del gato y el ratón con impensadas consecuencias.


El problema con esta historia de suspenso es que los disparadores de las situaciones clave del relato se van dando de manera un tanto forzada, sobretodo porque los prejuicios que portan los personajes no parecen coincidir con las expectativas que una situación de esa naturaleza despertaría en los espectadores, de darse la posibilidad de atravesarlas.


Sobre el final, la construcción pretendidamente realista de la narración explota brutalmente con la irrupción de lo fantástico, en una notable connivencia entre lo concretamente monstruoso y la representación metafórica de ese monstruo. La duda y la certeza. El corazón y el cerebro de la mujer, siempre un paso adelante del hombre por ser racional y emocionalmente más compleja. La paciente araña de Louise Bourgeois, capaz de tejer una red invisible a nuestro alrededor, sin que nos demos cuenta de que estamos atrapados hasta que estamos gustosamente atrapados.
Fernando Ariel García



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