miércoles, 7 de agosto de 2013

LOS AMANTES PASAJEROS: ¿Y DÓNDE ESTÁ EL PILOTO?

Los amantes pasajeros. Director: Pedro Almodóvar. Protagonistas: Cecilia Roth, Antonio de la Torre, Hugo Silva, Miguel Ángel Silvestre, Laya Martí, Javier Cámara, Carlos Areces, Raúl Arévalo, José María Yazpik, Guillermo Toledo, José Luis Torrijo, Lola Dueñas, Blanca Suárez y Paz Vega, entre otros. Participación especial de Antonio Banderas y Penélope Cruz. Guionista: Pedro Almodóvar. Afiche y títulos de apertura: Estudio Mariscal. El Deseo / Renn Productions / France 2 Cinema. España, 2013.

La apertura deja bien en claro de qué van a ir los 90 minutos que le seguirán. Estilizados diseños del Estudio Mariscal, manual de sofisticación colorida y animación minimalista, donde los icónicos ’80 (o lo que uno enseguida asocia con los icónicos ’80) hipnotiza, sorprende, seduce y predispone al gozo que creyó perdido. Los acordes que suenan de fondo (y en primer plano), una tropicalísima versión del Para Elisa a cargo de Los Destellos, verdaderos embajadores culturales de la cumbia peruana, gritan a los cuatro vientos que aquel kitsch almodovariano que definió la primaria identidad narrativa del enorme cineasta manchego, han regresado en todo su esplendor.


Y es cierto. Los amantes pasajeros (2013) señala la vuelta al hogar de Pedro Almodóvar. Entendiendo que cuando hablamos del hogar nos estamos refiriendo a la comedia de enredos, anclada severamente en el drama básico de la humana trascendencia. Qué pasaría (qué nos pasaría) si, a bordo de un avión en vuelo, nos vemos forzados a tomar consciencia de la posible (y bastante próxima) finitud de nuestra existencia. Los pasajeros, por lo pronto, elegirán el exceso como religión. Y merced a esa forzada convivencia, dos pilotos con su elección sexual en debate, un hermoso trío de amariconados azafatos, una vidente virgen, un empresario corrupto de los que siempre logran escapar, un actor fracasado, una pareja de mieleros, una mujer poseedora de varios, valiosos y buscados secretos; y un hombre dueño de un silencio con hedor a muerte y código de honor, deberán aprender a confiar, a engañar y a perdonar, sabiendo que su existencia está literalmente colgando del aire, pendientes del cómo, del cuándo y del dónde aterrizarán. Si es que aterrizan, claro. Y si es que deciden hacerse cargo de lo que realmente significa vivir.


Catarsis colectiva, celebración del descontrol, cierta autodestrucción introspectiva, la inevitable colisión de las diferentes moralidades inherentes a la conducta humana cuando el sexo y la muerte se hacen presentes sobre el mismo escenario, la incertidumbre como estado permanente. Temas recurrentes que el universo almodovariano sabe vestir con la piel del pastiche y del pop, gracias a un estilo que saca provecho de la polémica y el desenfado, depurando ahora la estética de su clásico barroquismo sin perder un ápice de esa energía a prueba de balas. Energía que se hace cine, sobre todo, en dos secuencias memorables. Una: El videoclip de I’m So Excited (título en inglés del filme, por otra parte), de las Pointer Sister. Y dos: El destino final del avión, fusión perfecta de las dos únicas herramientas que el celuloide necesita para emocionar y conmover: Imagen y sonido (si hay talento, como en este caso, alcanzan y sobran para hacer una obra de arte).


Obra de arte que, en medio de una España azotada por la crisis, es también una (obvia) metáfora de los tiempos que corren. El avión como reflejo de un país, los pasajeros como reflejo de sus habitantes; el trance dramático como reflejo del trance dramático; y la tripulación como reflejo de las dirigencias que deben capear la situación. Y es aquí, a la hora de encarnar las equivalencias reales que propone esta ficción, cuando a uno se le viene a la cabeza la famosa frase acuñada para titular en castellano una comedia norteamericana de los ’80: ¿Y dónde está el piloto? 
Fin de la cita.
Fernando Ariel García

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