viernes, 11 de febrero de 2011

EL INVIERNO DEL DIBUJANTE: SUEÑO DE LIBERTAD

España, entre el verano de 1957 y el invierno de 1959. La República como un recuerdo bello, lejano y perdido. Estos son tiempos de Franco. Tiempos difíciles, complicados. Pero también tiempos de amistad, tapas y risas por la rambla de Barcelona. Para algunos, tiempos de merecidas oportunidades. Para otros, tiempos de lucha y de sueños compartidos. La primera lectura de El invierno del dibujante, nuevo trabajo de Paco Roca, es también la más obvia. Una metáfora de la resistencia al régimen. De la resistencia que podía darse. En pequeñas trincheras. En pequeñas escalas. Nacidas con más oportunidades de fracaso que de triunfo.

Es, también, una recreación histórica impresionante, de abrumadora belleza formal. La postal de un tiempo que reverbera en alguna parte de nuestras cabezas, como si la época ya hubiera pasado de época, pero el eco de esos ímpetus, de esas pasiones, de esas apuestas a más, siguieran repiqueteando, siguieran intentando decirnos algo. Algo importante. Algo de eso debe haber en la paleta cromática, de pasteles serenos que expresan mejor que las palabras los sentimientos que los personajes ponen en juego, el clima de época que se escapa de las viñetas.

Puede parecer tonto, pero el apartado gráfico es sumamente importante. Porque la historia es una historia de artistas gráficos. De historietistas. Historietistas importantes, aunque nada digan sus nombres a los lectores argentinos poco entrenados. Carlos Conti, Guillermo Cifré, Josep Escobar, Eugenio Giner y José Peñarroya. Cinco grandes, cinco figuras que trascendieron su tiempo, que dejaron su marca indeleble en la manera de hacer historietas en España. Hay otros también, entre los más destacados (y conocidos por aquí), Manuel Vázquez, Víctor Mora y Francisco Ibáñez. Pero no importa, no hace falta ser entendido en la materia para disfrutar de esta historieta, para entender de qué va esta historieta.
¿Conexión argentina? Un ejemplar de Rico Tipo circula entre las manos de los creadores de Tío Vivo

En la España de esos años, como en cualquier otro país del mundo, los historietistas estaban muy lejos de ser vistos y considerados como artistas. Por los demás y por ellos mismos. Son sólo trabajadores gráficos, obreros del papel, oficinistas un escalón más arriba (o un escalón más abajo) de los empleados administrativos. La creatividad, supeditada al modelo de producción industrial. La imaginación, entendida y asumida como una práctica burocrática. Un sueldo (bueno y, hasta incluso muy bueno) a fin de mes, la idea posible y probable de un trabajo para toda la vida. La posibilidad de crecer, de desarrollarse e ir ganando posiciones y responsabilidades dentro de la empresa.

En esa misma España, como en cualquier otro país del mundo, la editorial era la empresa; y por ende, la dueña de todo. De los originales, de los personajes, de los tiempos de sus trabajadores, de las pingues ganancias generadas por el oficio de sus oficinistas. La empresa, por supuesto, tiene nombre y apellido (hoy sería razón social, pero por esos días las empresas familiares tenían las caras de sus dueños): Editorial Bruguera. La más importante de su momento. De un momento largo, vale decirlo, porque marcó la industria cultural popular entre 1940 y 1986, llegando a ser muy conocida en la Argentina, no tanto por su vertiente historietística sino por sus distintas colecciones de libros y, sobre todo, sus inmortales novelitas de bolsillo de terror, de ciencia-ficción y de vaqueros.

Aclaremos antes de que oscurezca. Bruguera no era el genocida de Franco, seguía las costumbres comerciales del entorno. Eran seres humanos del momento, con sus agachadas, sus lealtades y traiciones. Como algunos de los dibujantes involucrados. El tema es la relación patrón-empleado, las condiciones leoninas de los contratos como referencias emergentes del ahogo que se vivía. De ahí la importancia de que estos cinco titanes del tebeo (como se conoce a la historieta en España) decidieran romper lanzas con el sistema, quemar las naves e intentar el proyecto propio, el sueño compartido de intentar ser dueños de sus creaciones, de sus talentos, de sus vidas. Emanciparse. Ser independientes. Ser libres.

El invierno del dibujante es una historia real. Lo que cuenta Paco Roca sucedió. Conti, Cifré, Escobar, Giner y Peñarroya se fueron de Bruguera. Crearon su propia revista, Tío Vivo. La mantuvieron durante un año. No pudieron hacerlo más, la guerra empresarial fue cruel, despiadada y despareja. El cómic emparenta explícitamente a Bruguera con Goliat y a Tío Vivo con David. Lástima que a este David no le fuera tan bien como al de La Biblia que adoraba Franco. Salvo Giner, los historietistas de Tío Vivo volvieron a trabajar para Bruguera, bajo las mismas condiciones laborales en que se habían ido. Es más, Bruguera terminó comprando la marca Tío Vivo y editando la revista.

¿El relato de un fracaso? No lo sé. Tío Vivo fue la primera revista española fundada y dirigida por sus autores. Jugándosela, los cinco grandes dieron la batalla que había que dar, aunque estuviera perdida de antemano. Gozaron de un año de libertad. Respiraron un año de aire fresco, de aire puro.
No era poco en ese entonces.
Y tampoco lo es ahora.
Fernando Ariel García
El invierno del dibujante
(Colección Sillón Orejero)
Autor:
Paco Roca

128 páginas a todo color
Astiberri
ISBN: 978-84-92769-81-0
España, noviembre de 2010

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