lunes, 8 de junio de 2009

GRACIAS... TOTALES

Un chico, de entre 8 y 12 años, camina de la mano de su padre. Todavía no lo sabe, pero en unos cuantos minutos, apenas deje atrás los últimos médanos y pajonales, conocerá el mar. Verá por vez primera el verdadero alcance de la naturaleza desencadenada; y su capacidad de atención será puesta a prueba por la majestuosidad imponente del horizonte sin fin. Sentirá el peso de su cuerpo asentándose levemente sobre la arena mojada. Su mirada intentará atrapar el movimiento de una gaviota escurridiza. Quedará arrullado por el bamboleante canto de las olas. Y abrumado por la experiencia, sólo atinará a decir: “Papá… ayudame a mirar”.
Así, como ese chico del microrelato de Eduardo Galeano (que, con toda seguridad, acabo de arruinar agregándole infinidad de palabras innecesarias e intrascendentes), me sentí cuando, hace alrededor de treinta años, tomé contacto con mi primer ejemplar de la vieja-nueva Tit-Bits, publicada por Editorial Record. Mientras mis manos daban vuelta las hojas de adelante para atrás y de atrás para adelante, mis ojos saltaban de viñeta en viñeta, incapaces de detenerse en alguna. Hasta que, por alguna razón que se me escapa, llegué a las cuatro páginas que Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno dedicaban a la serialización de la Historia de la Historieta Argentina.
El acceso a esos artículos significó mucho para mí, aún leídos sin ningún tipo de orden ni correlato, a medida que iban apareciendo en mi casa. Y fueron muy importantes por diversos motivos, pero principalmente porque me enseñaron que era posible pensar la historieta como cuerpo social, más allá del acumulamiento de datos y cifras biobibliográficos. Me otorgaron herramientas para intentar desentrañar ciertos comportamientos recurrentes (y otros no tanto) puertas para adentro de mi hogar, pero también en mi cuadra, en mi barrio, en mi país, en mi mundo. Mi abuelo siempre decía que del dicho al hecho, había un largo trecho; y que lo urgente y lo importante nunca iban de la mano. Pero Trillo y Saccomanno me enseñaron la diferencia entre ver y mirar, entre conocer y entender. Por eso, hacia quienes hicieron de mí, sin saberlo, el periodista que hoy escribe estas líneas, mi eterno agradecimiento.
Agradecimiento que quiero hacer extensivo a Ricardo, mi hermano, el primero (y mejor) guía que tuve en este universo de cuadritos y onomatopeyas. A mis padres, Alicia y Evaristo, por fomentarnos permanentemente el vicio de la lectura, sin importar el envase en que dijera presente. A Hernán Ostuni, por movilizarme para ejercer la investigación histórica de las historietas, con finalidad editorial. A Javier Doeyo, por demostrarme (hace de esto ya 20 añitos) que este trabajo no sólo puede hacerse bien; sino que debe hacerse bien, sin importar la cantidad de ejemplares vendidos. A todos los muchachos de La Bañadera del Cómic (Hernán, Norberto Rodríguez Van Rousselt, Andrés Ferreiro y Mario Formosa), por invitarme a viajar con ellos; y por animarse a subir a ese delirio real que les propuse bajo la forma de una revista virtual con el nombre de SONASTE MANECO. A la gente del Museo de la Caricatura Severo Vaccaro, por haberse tomado el trabajo de leer las revistas y los libros que hemos estado haciendo durante los últimos cinco años; y considerarlos lo suficientemente meritorios como para otorgarnos esta distinción. Y a todos los guionistas, dibujantes, coloristas, estudiosos, críticos y editores que, con su labor cotidiana, han hecho de mí una mejor persona.
Y como este reconocimiento es, a nivel personal, sumamente valioso, quiero dedicárselo a las dos personas más importantes que tuvo, tiene y tendrá mi vida. A mi esposa, Patricia, por ser y estar, tal como escribí alguna vez en algún lado. Y a nuestra hija Abril, por habernos permitido elegirla, pero sobre todo por haberse animado a elegirnos a nosotros.
Nada más. Muchas gracias a todos. Estoy muy contento.

Diploma otorgado por el Museo de la Caricatura Severo Vaccaro, dibujado especialmente por Siulnas.

De izquierda a derecha: Andrés Ferreiro, Rodríguez Van Rousselt, Siulnas, Hernán Ostuni (con el diploma) y Fernando Ariel García.

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